viernes, 17 de diciembre de 2010

El Museo Alejandro Otero (o la ruina como refugio)

La reciente decisión de convertir las salas del Museo Alejandro Otero en un refugio temporal para más de 300 personas damnificadas por  las lluvias, parece una medida razonable. ¡No faltaba más! Se trataba de socorrer a quienes quedaron sin vivienda o estaban en riesgo de perderla. Frente a tal contingencia había que buscar soluciones inmediatas, aunque ello significara alojar a los afectados en un lugar que ha sufrido por las filtraciones, la ausencia del aire acondicionado y las fallas en sus ascensores. Al parecer, no había tiempo para pensar que las salas de exposición, ahora convertidas en un refugio improvisado, padecían una situación calamitosa desde hace varios años.  Voceros anónimos de la propia institución, así como la prensa nacional han comentado todos estos males con insistencia, sin que a la fecha el ente responsable haya tomado los correctivos necesarios. Algunos le achacan la culpa al diseño del edificio o señalan percances con las piezas de repuesto de los equipos, mientras otros denuncian la falta de mantenimiento, las restricciones presupuestarias y los problemas burocráticos.

Lo cierto es que los espacios y el personal del Museo Alejandro Otero han brindado cobija a la gente afectada, aún cuando el recinto ostenta las cicatrices del desamparo y la indiferencia oficial. Quizá es el momento para que el  “pueblo” (o por lo menos las más de 300 personas que se encuentran  allí) entre en contacto con la realidad de los museos y descubra que estos padecen las mismas penurias que cualquier vecindario popular. Será ocasión para que el “pueblo” sepa que el sitio que le fue  asignado como refugio se está convirtiendo en una ruina; que allí hay goteras y hace calor. Si, el “pueblo” debe saber  que los trabajadores del museo temen que este sea cerrado cualquier día con la excusa de que tienen dificultades con su planta física. El “pueblo” debe saber que los empleados del  museo tienen  salarios paupérrimos;  que en 2009, “cuando el museo pasaba  el período más oscuro y precario de su historia”, algunos trabajadores tuvieron que sacar dinero de sus propios bolsillos para llevar a cabo el proyecto expositivo “Visiones urbanas” porque la Fundación de Museos Nacionales alegaba no tener recursos para la programación. El “pueblo” debe saber que los programas de adquisición de obras están paralizados desde hace varios años. El “pueblo” debe saber que mientras los damnificados son atendidos en la institución con la mayor dedicación, hay quien sostiene que los museos están de “espaldas al país” por lo cual son “ajenos al pueblo venezolano”.

Finalmente, los más de 300 damnificados que se encuentran en el Museo Alejandro Otero deben saber que antes de que allí ingresaran colchones y literas para socorrer a los afectados por las lluvias, ya la institución había acogido algunos de los problemas que apremian a un amplio sector de la sociedad venezolana. Baste señalar la  muestra individual “Módulo Cerro Grande” (2005) de Juan Carlos Rodríguez, quien planteó un diálogo entre el espacio museal y el ámbito público, a partir de un dispositivo museográfico que fue colocado en una cancha deportiva de la Parroquia El Valle y luego retornado al lugar de exhibición junto al registro del proceso. El panel tenía una frase de Alejandro Otero que buscaba la sintonía del mundo simbólico y la realidad: “El arte es trascendente porque es vía de penetración hacia lo irrevelado”.  Al propio Rodríguez corresponden otras dos obras relacionadas con las comunidades más vulnerables y  las cuales también fueron expuestas en el museo. Ellas son  La costumbre del dolor o la herencia del petróleo (1997) en torno a las dificultades en el suministro de agua y la Niños de la calle (1999), en torno al problema de los menores en situación de abandono. 

Por cierto, esta vocación por lo público se ha manifestado en otras instituciones museales como el  Museo Jacobo Borges – afectado por daños severos en su planta física y hoy condenado a una situación de indefinición debido a que fue transferido de la FMN a la UNEARTE sin que los términos de su nueva condición hayan sido esclarecidos. Allí, tuvieron lugar las exposiciones “Caballo de Troya” (1997) sobre el significado del desaparecido Retén de Catia,  “Vargas: metáfora de la ausencia” (2000) en torno al deslave ocurrido en el litoral de la Guaira en 1999 y “Cartas del Bario” (2007) enfocado la labor de los Comité  de Tierras Urbanas y la comunidad de Catia a propósito del problema de la vivienda.

Estos ejemplos demuestran que los museos venezolanos si han tratado con la gente y sus circunstancias, aún frente al desprecio de sus detractores internos y externos. Sin embargo, conviene señalar que esta labor se ha hecho desde la lógica patrimonial que le compete, utilizando los medios discursivos y simbólicos a su alcance, sin confundir el rol de acompañamiento con la demagogia asistencialista.

Caracas, 15 de diciembre de 2010

Imágenes de referencia:
Izquierda: Juan Carlos Rodríguez. La costumbre del dolor o la herencia del petróleo. Exposición “Re-ready made”. Museo Alejandro Otero, Caracas, 1997
Derecha: Damnificados en el Museo Alejandro Otero. Caracas, diciembre de 2010. Fuente: http://confarruco.blogspot.com/